Leticia Valera, diseñadora y presidenta de la ONG Kassumay: “En África te encuentras a ti misma”
En los primeros días de diciembre del año pasado cambió mi vida. La transformó un viaje. También una mujer. La cambió África y su realidad pasada por un tamiz de amor, de ese que siembra y recoge Leticia Valera, fundadora de la marca de moda que lleva su nombre, así como de la ONG Kassumay que preside.
Senegal fue un golpe de gracia para mi corazón y mi consciencia, también para mi conciencia. Y esta valenciana universal a la que me impresiona entrevistar es la responsable.
Digo que me impresiona como ocurre siempre que te enfrentas a escribir sobre alguien a quien (1) conoces más de la media, (2) respetas, (3) admiras y (4) quieres. Porque sientes que no puedes fallar. Como le ocurre a ella con las mujeres y los niños a los que ha entregado, entrega y entregará parte de su vida con devoción y pasión.
Cuenta Leticia que todo empezó como suelen presentarse muchas cosas en la vida. Lo suyo también fue un viaje. Pero en su caso por casualidad. Uno de esos típicos de pareja atareada que no se decide por un destino vacacional y de pronto elige uno. El destino. Aunque al parecer y seguramente de manera inconsciente, aquel lugar estaba esperándola en su ruta desde hacía ya tiempo, mucho tiempo.
“Porque en el colegio, cuando me hacían un test y me preguntaban ‘si fueras una escultura qué te gustaría ser’, siempre decía que una guerrera africana con lanza, con escudo y un anillo en la nariz, te lo juro; así la dibujaba. La realidad es que desde pequeña siempre me interesaron muchísimo las relaciones humanas y cómo nos comportamos, cómo nos relacionamos, cómo evolucionamos en sociedad. Me licencié en Historia de las civilizaciones antiguas”.
“Luego evolucioné hacia la rama del protocolo y el ceremonial. Y aquel primer viaje a África negra fue un encuentro conmigo misma impresionante. Estaba en un momento de mi vida que necesitaba respuestas”.
¿África tiene respuestas?
Absolutamente. Porque no tienes más remedio que verte a ti misma. Aunque no quieras. Siempre que llevo a viajeras y viajeros allí les prevengo contra ese efecto África, porque te vas a ver, quieras o no, y si ejerces resistencia, vas a sufrir, con lo cual déjate llevar, vibra lo más alto que puedas.
Y eso es lo que me pasó a mí hace 20 años. En aquel primer viaje turístico en pareja, a Senegal, conocimos a Omar, que se ha convertido en mi hermano, con el que llevo trabajando dos décadas. Fue un viaje de inmersión 100% al continente africano, pero desde una perspectiva ya no te diría de mujer blanca, sino de mujer española.
Omar es un hombre cultísimo, que habla perfectamente español, además de muchísimas otras lenguas e idiomas occidentales. Y hubo una conexión desde el minuto uno, aquello me atrapó. Fue un antes y un después en mi vida. Por todo. Yo iba con un pequeño lío mental, o sea, no sabía muy bien hacia dónde ir.
Profesionalmente, estaba en un momento álgido, trabajando como directora de Protocolo en el Teatro de la Ópera de Valencia. Pero sabía que me faltaba algo. Parece un tópico típico. Pero fue mi realidad.
¿Enseguida empiezas a vislumbrar la necesidad de crear Kassumay?
Al minuto uno. Fue un viaje de inmersión muy potente porque nos llevaron por poblados. Vimos cómo vivía la gente, las mujeres, los niños, los hombres, sus tribus, culturas… Era época de lluvias, y en el sur caía tan fuerte que te tiraba al suelo. Te lo prometo.
Un día tuvimos que resguardarnos en una especie de pequeño porche de una choza de adobe con el techo como de paja. Salió el jefe de la familia, y nos metió dentro de la casa, en su habitáculo, se levantó la madre, también la jefa de la casa, y nos cedieron su asiento, que era un tronco, por cierto precioso, pulido a base de martillazos. Nos dieron su asiento y su comida del día.
Esa es la famosa teranga senegalesa, que significa hospitalidad. Seguramente es la raíz de que entre tantas etnias como existen en el país haya paz… Pero sigamos con tu viaje…
Yo no había vivido algo así. Nunca había conocido un acto de generosidad tan inmenso. Y volví de aquellas vacaciones muy impactada. No sabía qué hacer. Y Miguel, mi marido, me dijo “No pienses, haz”. Fue el mejor consejo que me han dado en mi vida.
Un marido sabio.
Me dijo que jamás me había visto tan integrada como allí. Así que no sabía qué hacer, pero sí sabía que tenía que hacer. No pensé, me dejé guiar; hice, y la gente me veía entusiasmada. Empezaron a donarme cosas buenísimas. Y desde agosto hasta diciembre me junté con 150 kilos.
Me daba miedo que no llegaran y de nuevo “mi guía” habló: “Te vas tú. Mi regalo de Navidad este año es que te vuelves a Senegal. Y ahí me tienes el día de Nochebuena embarcando con los 150 kilos en una compañía que no me cobró exceso de equipaje porque expliqué que iba de cooperación…, y como era Nochebuena… Salí del avión en aquel aeropuerto que era muy, muy, muy de Indiana Jones, para que nos entendamos. Y ahí estaba Omar.
Y aquel viaje marcó mi vida para siempre.
El resultado…
Primero fue la organización de viajes de sensibilización, fomentando el turismo justo que hoy en día se siguen realizando. Compramos un microbús que todavía funciona porque son unos artesanos del motor. Íbamos a dispensarios médicos y dejábamos medicamentos, por maternidades, por escuelas, llevando material escolar.
Y me planteé un paso más: constituir Kassumay. El nombre lo pusieron ellos y significa “La paz sea contigo”. En Senegal hemos tardado once años en legalizar. Eso es África. Pero ha ido muy bien porque la legalización nos ha abierto puertas a todo tipo de ayudas y subvenciones.
Y efectivamente, pedimos las primeras a la Generalitat Valenciana e hicimos un dispensario médico, que hoy, catorce años después, trata 3000 casos anuales con medicación gratuita.
Fue lo primero que hicimos, casi al tiempo que un taller de costura y patronaje allí y otro en Valencia con mujeres en riesgo de exclusión social. Después de esto ya empezamos la primera escuela. A mí lo que me impactó también fue la mujer de Omar, Mousou, una mandinga.
¿Qué significa ser mandinga?
Es una etnia del sur, con gentes, con mujeres muy potentes, muy, muy fuertes, de carácter y de espíritu. Fíjate si es fuerte que ella sufrió mutilación genital -lo cuento porque tengo su permiso para hacerlo- y ha llegado incluso a grabar un video para ayudar a las mujeres que la padecen.
No posee base cultural, pero sí una fortaleza de espíritu bestial. Luchó contra su madre, contra su abuela, contra sus hermanas, sus tías, para que ni sus hermanas ni sus hijas sufrieran lo mismo que ella. Y lo consiguió. Con ella empecé a juguetear con las telas, y un día me dijo que quería aprender a coser a máquina. Yo tenía un buen amigo que murió de cáncer y me dejó su máquina en herencia…, la metí en una maleta y se la llevé.
Aún se me ilumina la sonrisa cuando pienso en aquellas mujeres con sus tejidos coloridos y sus turbantes a juego que nos ayudaban y nos enseñaban a ponérnoslos a las amigas que acompañamos a Leticia el año pasado a Senegal. Tanta belleza. Realizaban bolsos artesanales en el taller que la ONG tiene en el barrio de Pikine, en los alrededores de Dakar.
Aún sonrío cuando pienso en ese otro taller de M’Bourg, donde me habría quedado para escribir una novela basada en su complicidad y en sus conversaciones tan femeninas, divertidas con el grupo que se probaba un vestido y otro de los hechos por ellas. Y vibro con aquella madre con su recién nacido esperando a la puerta del dispensario médico, también en M’Bour.
Y me derrito recordando el orfanato y a los niños y las niñas de entre 2 y 6 años en la escuela infantil, comiendo juntos en grupos, tan bellas, tan bellos, 124 dice Leticia que hay. En realidad, cuenta con escuelas, de infantil, primaria y secundaria. Pero siendo las criaturas más pequeñas las que siempre roban mi corazón, en este viaje me lo partieron, nos lo partieron, los alumnos, las alumnas y profesorado de la escuela Kassumay en M`Bour Sonatel.
Ella no lo sabía. Nosotros tampoco. Nadie imaginaba que el recibimiento sería la música, los bailes, las manifestaciones con carteles en los que se leía “Merci Leticia” y sus voces coreando esas dos palabras desde aquel día mágicas, convertidas en consigna y mantra y regadas por las lágrimas.
Lo recordamos juntas y nos cruje la garganta. “Escolarizamos 700 niños anualmente. Ahora estamos con la tercera escuela. Tenemos muchos proyectos, la verdad. También algo muy importante: cuatro pozos de agua, ahora empezamos el quinto.
¿Qué significa hacer un pozo de agua en Senegal?
Desarrollo. Un día me dice Omar: “¡hermana, vámonos a ver qué se cuece!” Y fuimos al poblado Fao donde nos recibió gente humilde como no puedes imaginar. Nos plantearon la necesidad de tener un pozo de agua, que eso es lo más bonito, que te lo planteen ellos, porque tienen ganas de evolucionar, de aprender, de avanzar. Les hicimos el pozo, que son 500, 600 €.
Cuando volví, no te puedes imaginar cómo nos recibieron…, con palmas, tambores, ellas bailando, haciendo círculos alrededor del pozo de agua. Nos sentamos y el jefe del poblado nos dijo algo que es de las cosas más bonitas que he oído: “Gracias con el alma, porque por el pozo, por el agua, hemos conocido lo que significa la palabra desarrollo”.
Fíjate, a un poblado que solamente vive del cultivo de subsistencia, que es temporal, que depende de la época de lluvias, le pones un pozo y quieren emprender y empezar a hacer sistemas de cultivos rotativos. Y también nos explicaron que gracias a eso la juventud se quedaba a luchar por el pueblo, por la aldea, porque veían futuro y no tenían que emigrar como tanta gente hace en África.
Entonces nos dijeron humildemente que estaría muy bien contar con unos molinos eléctricos para que las mujeres molieran el mijo. Y, cómo no, lo hicimos, recaudamos dinero y ahí lo tienen. En realidad, ya cuentan con cuatro extendidos por diversas zonas y cada uno con su propia historia de superación.
¿Cómo son las mujeres senegalesas?
Impresionantes, además de guapísimas y elegantísimas. Para mí son unas verdaderas artistas; cada vestido que llevan es como de alta costura porque lo crean ellas. Tienen un sentido de compañerismo enorme, pero de verdad. Se organizan muy bien, en cada barrio hay una asociación que va como un reloj. Todo lo que quieras hacer en África hazlo con mujeres, porque son muy disciplinadas, respetan el orden establecido.
Al mismo tiempo son compañeras y generosas. Por ejemplo, en una de las asociaciones nos dijeron que necesitaban generar dinero, liquidez para comprar los uniformes, los materiales de la escuela… y nos propusieron que les comprásemos artículos de cocina, como chimeneas, cocinas de carbón, que por cierto están protegidas por la Unión Europea, ollas, sillas, mesas.
Porque lo iban a alquilar y con los beneficios comprarían una prensadora para envasar al vacío el mijo molido, agárrate. Y al mismo tiempo también hacían una hucha por si alguna de ellas presentaba una necesidad o para repartir entre todas.
¿Y los hombres?
Su papel es complicado, el papel social de los hombres, digo. Hay un índice de paro muy elevado. Omar me lo explicó en el primer viaje: ellos se han quedado genéticamente en la época en que de verdad llevaban el alimento a casa y defendían el poblado. Si me escuchara, probablemente se enfadaría conmigo.
Y nos reímos porque como buenos hermanos que son sus enfados son habituales. Pero cortos. Choque cultural dice ella, para añadir: “Imagínate, mujer, mujer y blanca, trabajando con un hombre y negro, en África. Pero en el fondo y no tan en el fondo, hay mucho amor, como dice él, mucho respeto, mucho, porque yo lo respeto a él y a toda su familia profundamente y él a mí, claro está. 20 años juntos, casi los mismos que su matrimonio, casi”.
A cuatro horas de avión, a cuatro horas, encontramos una realidad tan diferente a la nuestra… Es tal la brecha cultural, social, económica, que he escuchado explicar varias veces a Leticia lo que significaba para ella salir de su élite cultural del teatro de la Ópera por la tarde para amanecer en Senegal, estar un par de días y volver, casi sin dormir.
Más allá del cansancio tremendo, significa el equilibrio entre ambos mundos. “Recuerdo una vez que nada más llegar allí y de entrar en un poblado me encontré con una mujer que se había quemado entera. Horrible. Pero no puedes imaginar su grado de aceptación. Yo no sabía qué hacer. Me explicaban que era imposible hacer algo.
No lo podía entender, porque decía llevamos ropa, llevamos comida… y una cosa tan grave y no puedes solucionarla… Y de pronto, salgo del poblado y me llaman por teléfono del teatro diciendo que el coche que tenía que trasladar a un invitado hasta su hotel se había estropeado y me preguntaban qué hacían.
Yo pensaba pero qué mundo estamos viviendo, ¿qué nos estamos dando unos a otros? Realmente te das cuenta de que hay que ser muy humilde… ¿tú qué te has creído que eres, guapa? Anda vete a recoger la basura de la playa, y calla. No te quejes. ¿Que hace calor?…, ellos pasan más calor que tú.
¿Por qué creas tu marca. Leticia Valera?
Porque me parecía una manera de hablar de ellas, de su cultura, desde la moda, no desde la caridad y de ayudarlas a través de la costura y del patronaje. Es hablar del concepto del nuevo lujo, de sus tejidos, que la mujer trabaja con cariño, que les sirve para comunicarse, para mostrarse; sus dibujos encierran mensajes y también la manera de ponerse el turbante.
Me gustaría que hablaras de ese otro proyecto tan interesante que es el de las mujeres con movilidad reducida.
El pasado octubre, fuimos a parar a una zona donde nos encontramos con una comunidad de 360 personas que apenas pueden andar, de las que 120 son mujeres, y que han formado una asociación que agrupa a una gente que no te puedes imaginar qué corazón, que bondad tienen, son maravillosos.
Nos reunimos con su junta directiva de chicas y chicos, y me senté junto a Rosalía…, que nombre tan bonito. Ella ha dado título al proyecto que hemos llamado La sonrisa de Rosalía, una mujer de algo más de 40 años a la que me costó mucho hacerle sonreír, hasta que empecé a abrazarla y a comérmela a besos.
En realidad, creo que era eso lo que necesitaba, un poco de amor, paralítica desde los 6 años y huérfana y en la calle desde los 12. No me preguntes cómo pero conseguía llegar al zoco todos los días, donde un sastre le enseñó a coser a máquina. Y así sigue, recorriendo a diario tres o cuatro kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, con muletas…
Como para que te hablen de un coche estropeado…
Exactamente…, o para que yo me queje si no funciona bien el aire acondicionado. Son lecciones de vida, de humildad que te dan todos los días. En otro viaje me plantearon su necesidad de sillas de ruedas y de asistencia sanitaria, pero también su problema de inclusión social, su falta de trabajo y que a ellas lo que les haría muchísima ilusión es tejer. Aprenderán a hacerlo en telares verticales. Además lo bonito es que es el suelo donde vamos a levantar esa nave es de ellas.
No es su ultimo proyecto, porque anda inmersa también Leticia en la construcción de más aulas en la tercera escuela, que tiene ya dos abiertas y tendrá la tercera en cuanto les lleguen los pupitres…, que realiza un artesano local, una aula para 45 niños que de momento se quedan asomados mientras los otros aprenden.
A todo esto, ni ópera ni nada.
No, no, claro. Lo dejé justo antes de la pandemia. Estaba agotada, no podía hacer las dos cosas a la vez. Llegué a un acuerdo con ellos y di el salto real, el salto. Porque Kassumay es un proyecto de vida.
¿Qué has aprendido de Kassumay? ¿Cómo te ha cambiado África?
Es mi vida. Me ha dado una razón para vivir. Ahora, después de 20 años, me atrevo a decir que es vocacional.
¿Vivirías allí?
¡No! Fíjate que rápido he contestado. No, África es durísima. Hombre. A ver, es lo que yo digo siempre. No voy a África para ir a la zona occidental. Claro, claro. Si voy a África, voy a vivir con ellos, que es de lo que se trata. La piscina ya la tengo en mi casa.
¿Y ellos qué han aprendido contigo?
Yo creo que el trabajo constante y ordenado.
Aparte de la falta de recursos, ¿qué es lo que frena más la evolución?
A veces la miseria pasa el umbral de la pobreza. No es fácil, no es fácil. Y esto es una cuestión que yo me preguntaba muchas veces y que ahora la tengo muy clara, sobre todo por los estudios que he hecho de cooperación internacional.
El umbral de la pobreza significa sobre todo cubrir las necesidades básicas que un ser humano requiere para identificarse.
¿Y cuáles son?
El orden de los factores no altera el producto: sanidad, educación y agua. En el caso de las mujeres, hay que tener en cuenta que son mucho más analfabetas, porque en la educación se les da prioridad a los chicos.
¿Tienen apoyo de sus hombres las mujeres con las que trabajas?
Sí. La mayoría. Ellas llevan el peso, pero sus maridos también las apoyan. Ellas son capaces de cambiar el ecosistema social, pero si tienen su soporte, ni te cuento. Bueno, es una catapulta realmente.
Unos días después de que esta entrevista vea la luz, Leticia estará viajando con un grupo de empresarios y empresarias. Quiere concienciarles para que den un paso al frente. Quiere documentar el proyecto de “La sonrisa de Rosalía” y medir el perímetro de la tercera escuela.
Al fin y al cabo, si hablamos de empresas sostenibles no solo lo son porque cuiden el medioambiente o hablen de los ODS. “Ni muchísimo menos. Sostenibilidad también es ayudar a otras personas a que se desarrollen.”
Leticia, nos falta hablar de un proyecto muy importante también: el apadrinamiento de los niños.
Es verdad. Charo gracias, gracias. Sobre todo es importante en la escuela de los 120 niños pequeños. Porque sirve para ayudarles a crecer y desarrollarse. En los apadrinamientos, con 20 € mensuales, ayudas al niño en todo su proceso escolar anual, también a la campaña de nutrición que les ofrecemos testada por nutricionistas con sus alimentos básicos.
Recibes dos veces al año noticias de ese niño o de esa niña. Pero noticias chulas. Si yo puedo grabar un vídeo, lo grabaré y si no, una carta, un dibujo, lo que sea. Y a los padrinos les diré que no les manden regalos, que ahorren para viajar a verlos.
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